Christian Ruza Hernández
Christian Ruza Hernández
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De inferiores de Junior, al Ejército y la Policía: la guerra lo dejó en silla de ruedas y lo convirtió en acordeonero

La historia del patrullero es conmovedora porque tras perder sus piernas en un atentado de las FARC, se convirtió luego un diestro acordeonero.

Christian Ruza Hernández es un usiacureño que cuando niño, como cualquier pequeño del Caribe, solo pensaba en el fútbol.

Quería ser futbolista. Estuvo en el Unicosta de la Primera C  en el 2006 y un año después, ya como juvenil, intentó por dos meses en las inferiores de Junior. 

Entrenó en Bomboná cuando al mando de las menores estaba el yugoslavo Petar Kosanovic. Al joven Christian, de 17 años, lo pusieron ese día a jugar con unos chicos de la categoría infantil. “Yo no tenía la culpa de jugar contra unos niños”.

A pesar de que ese día hizo dos goles, hoy, 17 años después, cree que quizás por esa razón no lo escogieron.  

En ese momento, inquieto sobre las razones del técnico para no escogerlo pidió explicaciones al yugoslavo. La respuesta del entrenador fue que ya él estaba para jugar en Primera B. Llorando salió ese día de la cancha en la que para la época utilizaba Junior para entrenamientos.

Quiso insistir en el fútbol y hasta se probó “con una carta de recomendación”, en el Atlético Colombia. Allí se le complicó la situación por los horarios de entrenamientos. Regresaba a Usiacurí a medianoche.

Con la urgencia de definir su futuro que se tornaba incierto, el juvenil futbolista, a meses de cumplir 18 años, y “decepcionado del fútbol”, decidió prestar el servicio militar.

Russa Hernández se incorporó en 2008 al Ejército. Allí en las Fuerzas Militares un sargento le dijo, tras verlo jugando fútbol, que por qué no insistía en el deporte pues algo le podía pasar en la institución.

Él le respondió que si había llegado a las Fuerzas Militares era “decepcionado” del fútbol y continuó en el Ejército.

Para el final de 2009 ingresó a la Escuela de Policía Antonio Nariño, en Barranquilla, de la que egresó después de seis meses y fue enviado al departamento del Tolima en donde hizo parte de los Comandos de Operaciones Especiales.

Christian Ruza Hernández, con sus compañeros

El atentado

Al año y 4 meses lo trasladaron al municipio de Toribío, en el departamento del Cauca. Allí hizo parte del Escuadrón Móvil de Carabineros de la Policía Nacional.

Estando allí vivió el peor momento de su vida cuando en 2011 la Casa de la Justicia fue blanco de un atentado terrorista. 

Por esos días, el  4 de noviembre de 2011, había sido abatido el máximo jefe de las FARC en ese entonces, Guillermo León Sáenz Vargas, alias ‘Alfonso Cano’.

En medio de esta circunstancia se temía un ataque de represalia del grupo guerrillero. Informaciones de inteligencia daban cuenta de la intención del grupo subversivo de instalar una motocicleta bomba en el lugar.

Y en efecto, los terroristas no tardaron en dar ese golpe e instalaron 8 días después una carga explosiva en la Casa de Justicia del pueblo, contigua a la Alcaldía Municipal. La carga fue ubicada en el medidor de agua.

Christian portaba una ametralladora y estuvo muy cerca del lugar en donde fue puesta la bomba que detonó pasadas las 9 de la mañana del 12 de noviembre. Dijo que tuvo el presentimiento de que el artefacto lo podían instalar en cualquier momento y en efecto así sucedió. Miró hacia el contador de agua y se retiró unos pasos cuando de pronto “pum, lo que fue detonó”.

Christian Ruza Hernández

Mis compañeros “volaron”, todo a mi alrededor era como un humo, escuchaba las voces de auxilio, pero se veían a lo lejos”, recordó.

Añade que tras sentir el impacto, “me dieron ganas de llorar y gritar”. 

Al tratar de levantarse, Ruza aseguró haber sentido un movimiento extraño en sus piernas. “Ñerda, si me jodieron fue a mi”. Fue su amigo, el  también patrullero Ferney Paternina quien lo auxilió. “Hey Ruza, tu tienes una hija, tienes que vivir por ella”, le gritaba su compañero dándole valor. 

Lo llevaron en ambulancia al puesto de salud del pueblo. Allí fue difícil para los enfermeros atenderlo “para canalizarse no me encontraban las venas”, recuerda.

Después de esa primera atención fue llevado a una cancha en donde en donde lo esperaba un helicóptero que lo llevaría a Cali, a la Clínica Valle de Lili.

Ese traslado también fue tortuoso pues desde tierra. La guerrillera no dejó de dispararles para derribarlos.

Ya avisado del ataque terrorista, a Isaac Ruza, su papá, le informaron en Usiacurí que Christian había muerto. Por ende viajó a Toribío y le comunicaron la misma noticia. “Varios habitantes del pueblo y amigos le expresaron sus condolencias”.

Luego el progenitor viajó a Cali con Stephany, la esposa de Christian, una prima y una tía. Ya en la capital del Valle, un oficial de la Policía se comunicó con don Isaac para informarle que el patrullero estaba vivo, pero que “para salvarle la vida, había que amputarle las piernas”.

Christian Ruza Hernández

Su papá dio el visto bueno al procedimiento. A los tres días, despertó y sintió lo que se llama en medicina “síndrome del miembro fantasma” que no es otra cosa que sentir las piernas como si no hubiese sido amputado. A su lado estaba su papá y fue su progenitor quien le dijo que las piernas le habían sido amputadas. De inmediato le pidió un abrazo.

Fue reconfortante para él estar al lado de Stephany. Era su novia de adolescencia, la misma que conoció en el pueblo en el año 2005. Ella cursaba grado once y él estaba en décimo. Lo esperó después de prestar el servicio en el Ejército y después en la Policía.

Más de dos meses estuvo hospitalizado el patrullero Christian Ruza. En ese entonces ya era padre de una niña de cuatro meses de nacida. El 20 de enero de 2012 cuando le dieron el alta médica, regresó a Usiacurí.

La violencia que quería dejar atrás le volvió a su memoria porque saliendo del hospital la última noticia que vio fue un nuevo atentado en Cauca. Ese día fue en El Mango, corregimiento de Argelia. Allí murió un compañero y le retornó la tristeza.

En su pueblo natal inició la rehabilitación física y después se trasladó a Barranquilla porque aquí le tocaba hacer todas las vueltas médicas. En la capital del Atlántico vivió donde una tía y luego se trasladó a Bogotá a la parte más compleja de su recuperación.

Recuerda que cuando comenzó a usar silla de ruedas, esta se volteaba. Se caía. Necesitaba una especial a su medida. En la capital incluso comenzó a practicar baloncesto en silla de ruedas.

En ese proceso de rehabilitación, “conocí casos peores de discapacidad” y eso le dio ánimos. 

Christian Ruza Hernández, tocando acordeón

El acordeón

Como a un buen costeño, a Christian Ruza le gustaba el vallenato pero nunca se imaginó que tocaría algunos de los instrumentos de este aire folclórico.

“Un día cuando me estoy bañando se me vino la idea a la cabeza y se lo comenté a mi papá”, recuerda. Entonces le dije “papi yo quiero aprender a  tocar acordeón o piano”. Su papá le dijo que lo mejor era el piano.

Sin embargo, la idea de aprender a tocar acordeón seguía en su cabeza y con el dinero que obtuvo de un reconocimiento que para la época hacía la cadena W Radio a los heridos en combate se decidió por aprender el instrumento musical de la tierra de Francisco El Hombre.

Christian Ruza Hernández, en presentación vallenata

“Cuando me dieron el dinero, me fui con mi papá a Bogotá y allá compré un acordeón”.

Al regresar a Usiacurí, Jorge Blanco,  un acordeonero del pueblo conocido como ‘El Cocha’ le pidió que le enseñara a tocar el instrumento. “Él me dijo nojoda Christian yo no tengo pedagogía para enseñarte. Aprende la música parrandera, busca a un maestro que te enseñe. Busqué al maestro Guillermo Lara, quien sí le ofreció sus servicios”.

Lara le habló de un proceso de aprendizaje diferente al que llevaba con otros niños en su escuela. “Va a ser lento y efectivamente fue así. Los niños aprendían dos canciones en menos de una hora y yo no daba”.

Incluso recuerda que se aprendía las notas de una canción en Sabanalarga, pero cuando llegaba a Usiacurí (a unos 20 minutos) ya se le había olvidado. Entonces llamaba nuevamente al maestro Lara.

De las primeras canciones que Christian aprendió a tocar con acordeones recuerda ‘Así fue mi querer’, ‘La consentida’, ‘La Reina’ y ‘Relicario de besos’. Hoy el acordeón es su mayor entretenimiento.

Un día para el usiacureño es levantarse temprano, llevar a sus hijo al colegio y al regresar a casa, tocar el acordeón. Después del mediodía sucede igual. Recoge a sus hijos y luego en la tarde sigue dedicado al amor que le nació después de la tragedia.

Christian Ruza Hernández, y su familia

Tanto ha aprendido desde entonces que en 2022, para el mes de septiembre, época que se celebra el Festival Cuna de Acordeones en Villanueva, La Guajira, recibió una sorpresiva invitación de la senadora María Fernanda Cabal.

Anteriormente lo había contactado a través de un amigo en común, también herido en combate, que tiene una fundación para la población en esta condición.

La dirigente vallecaucana lo sorprendió con un preciado regalo: un nuevo acordeón y después le cursó invitación para que asistiera al festival villanuevero.

En tarima, el atlanticense tuvo el privilegio de tocar para el compositor Rafael Manjarrez. Con él interpretó nada menos que la canción ‘Benditos versos’, el himno de  la nostalgia para los guajiros fuera de su tierra.

En tarima se grabó entonces un video que se hizo viral y del cual tuvo conocimiento el coronel Mauricio Rodríguez, director de la Orquesta de la Policía Nacional, quien le comentó que no sabía de él y lo invitó a hacer parte del grupo musical.

Con esa orquesta se presentó en octubre en Bogotá, en noviembre en Cartagena y participó en el Festival de Orquestas del Carnaval de Barranquilla en 2023. Recuerda que antes de la presentación lloró de los nervios que le invadían. 

Christian Ruza Hernández, con la orquesta de la policía

Reflexión

Con la madurez que le da los 34 años de vida, 12 años de ellos en silla de ruedas y ad portas del inicio del diálogo del Gobierno Nacional con las disidencias de las FARC de 'Iván Morsdico', que no estuvieron en la mesa de diálogos del Gobierno Santos, Christian reflexiona y dice que “la guerra no conduce a nada”.

“Esto no tiene sentido”, dice.

Hoy, Christian sigue en Usiacurí, un remanso de paz, pueblo del que salió “decepcionado” del fútbol.

“Vivo relajado”, añade al recordar lo difícil que es salir de un pueblo pacífico, para vivir en el país de la guerra. “Uno siente la muerte ahí”.

En esa reflexión agrega, “nosotros los policías, los comandos, sabemos a lo que vamos”.

Christian termina el diálogo con Zona Cero y toma el acordeón para interpretar ese tema que le llega al alma…

 

 

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